 Es muy importante la declaración de la canciller Maria Angela Holguín el  pasado domingo 10 de octubre, según la cual, Colombia debe llevar a  nivel mundial la discusión sobre la política frente a las drogas,  incluso al Consejo de Seguridad de la ONU. Según su criterio, no tiene  sentido que mientras ciertos países desarrollados despenalizan y  legalizan ciertos consumos, nosotros sigamos “metiendo a la cárcel al  campesino que tiene media hectárea de hoja de coca”.
Es muy importante la declaración de la canciller Maria Angela Holguín el  pasado domingo 10 de octubre, según la cual, Colombia debe llevar a  nivel mundial la discusión sobre la política frente a las drogas,  incluso al Consejo de Seguridad de la ONU. Según su criterio, no tiene  sentido que mientras ciertos países desarrollados despenalizan y  legalizan ciertos consumos, nosotros sigamos “metiendo a la cárcel al  campesino que tiene media hectárea de hoja de coca”.
La canciller tiene toda la razón en destacar esa contradicción. Pero su  planteamiento, que es semejante al que hizo el Presidente Santos en  México hace unas semanas, es insuficiente y podría incluso ser un  boomerang.
 
 Si el problema es únicamente que existe una contradicción entre el hecho  de que en Colombia sigamos estrategias punitivas frente a la producción  y la distribución de sustancias sicoactivas, mientras que en ciertos  países europeos o en ciertas partes de Estados Unidos avanza la  despenalización del consumo, entonces la solución puede tomar dos formas  radicalmente opuestas: puede uno defender la repenalización del consumo  o, por el contrario, avanzar hacia la legalización y regularización de  la producción y la distribución.
 
 Precisamente uno de los argumentos del Gobierno Uribe para reformar la  Constitución y oponerse a la sentencia C-221 de 1994 de la Corte  Constitucional que había despenalizado el consumo de drogas fue que era  contradictorio que Colombia defendiera la prohibición a nivel  internacional mientras que despenalizaba el consumo a nivel interno.
 
 Por eso no basta con señalar esa posible contradicción: es necesario que  Colombia lleve el planteamiento más lejos y entre a cuestionar el  régimen prohibicionista existente a nivel internacional. Este ha  fracasado estruendosamente en evitar el crecimiento de la oferta de  drogas ilícitas, como lo muestra cualquier evaluación del mercado de  estas sustancias; pero además el prohibicionismo ha producido gravísimos  efectos, como el crecimiento de las mafias del narcotráfico y de la  violencia y corrupción que le están asociadas, que ha afectado  gravemente a casi todos los países latinoamericanos.
 
 El gobierno Santos no debe entonces limitarse a señalar la contradicción  que con acierto resalta la Canciller Holguín sino que debe llevar de  frente a nivel internacional el debate sobre la legitimidad del régimen  prohibicionista; debe incluso plantearlo en el Consejo de Seguridad  de Naciones Unidas, por los efectos que sobre la seguridad internacional  tiene el narcotrafico. 
 
 Colombia tiene la autoridad moral para plantear dicho debate  precisamente por haber sido una de las víctimas de la violencia y  corrupción del narcotráfico (aunque no debemos negar que nos hemos  también “beneficiado” de esos dineros ilícitos).  Y hay muy buenos  argumentos para defender el abandono del régimen prohibicionista y su  sustitución por una política de regularización o legalización regulada  de la producción, distribución y consumo de las drogas, que varios  estudiosos hemos defendido infructuosamente desde hace muchos años.
Este blog fue publicado originalmente en La Silla Vacía