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EEUU

‘Descertificar a Colombia habría sido estúpido’: William Brownfield

Durante su carrera, Brownfield recibió tres veces el Premio Presidencial al Desempeño.

Durante su carrera, Brownfield recibió tres veces el Premio Presidencial al Desempeño.

Foto:Carlos Ortega / EL TIEMPO

El exsubsecretario de Estado de EE. UU. habló sobre avances en la ‘guerra contra las drogas’.

Juan Carlos Rojas
Llega cinco minutos tarde, algo inusual en él, y vistiendo una pinta con la que rara vez se le vio en sus años de carrera: jeans y un suéter ligero para los primeros fríos del otoño en la capital estadounidense.
“Disculpe la tardanza. Pero es que mi esposa ya me tenía preparada una larga de lista de cosas por hacer en la casa ahora que estoy jubilado”, dice con su acostumbrado -y peculiar- sentido del humor William Brownfield, hasta hace pocas semanas el subsecretario de Estado para Asuntos de Narcotráfico Internacional de Estados Unidos (INL).
Brownfield acaba de ponerle punto final a cuatro décadas en el servicio exterior de su país, casi en su integridad dedicadas a Latinoamérica y al combate con las drogas.
Durante ese lapso fue embajador en Colombia, Venezuela y Chile, estuvo asignado en Panamá, El Salvador y Argentina y en tres ocasiones diferentes en el INL, la última de ellas como su jefe máximo entre el 2011 y septiembre del presente año.
Es por eso que muchos en Washington lo consideran, sin lugar a dudas, de las personas más versadas en la región y sus problemáticas.
En entrevista exclusiva con EL TIEMPO, la primera que concede desde su retiro de la vida pública, el ex subsecretario hace una larga reflexión sobre avances y retrocesos en las cuatro décadas que van de la “mal llamada guerra contra las drogas”.
Y aunque dice no poder ser del todo franco, eleva fuertes críticas contra los funcionarios de la administración de Donald Trump que cuestionaron recientemente el compromiso de Colombia en lucha contra este flagelo.
Dedicó más de 38 años al servicio diplomático. Pero una buena parte de ellos en Latinoamérica y a enfrentar el problema de las drogas. ¿Qué lo hizo gravitar hacia eso?
Le cuento esta historia pero espero no me haga quedar mal. A mí me gustaba Oriente Medio pues creía que era una región fascinante, pero cuando me llegó mi primera asignatura era para Georgetown, Guyana. Esto era en 1979 y hacía tan solo 4 meses acaba de ocurrir el famoso suicido colectivo en Jonestown. Es decir que como joven viceconsul mi tarea habría sido dedicarme a la repatriación de unos 800 cadáveres de estadounidenses y eso era algo que definitivamente no quería hacer. Pedí que me reasignaran y al día siguiente me ofrecieron Maracaibo. A mí eso me sonó a Oriente Medio y acepté en el acto. Casi de inmediato fui a la biblioteca del Departamento de Estado a buscar el atlas y descubrí que era en Venezuela. Estuve dos años y aún tengo buenos amigos. Desde allí fue algo muy natural, nunca más salí de la región salvo por tres años que estuve en Ginebra.
¿Y por qué el tema de drogas?
No fue un tema que me interesara particularmente. Se impuso por las realidades del terreno. Al comienzo el eje eran tres países -Colombia, Perú y Bolivia- y la cocaína que venía hacia EE. UU. Pero si de algo me siento orgulloso es que durante mis años en el INL procuré que el tema se expandiera a todos sus eslabones. Seguridad, administración de justicia, fortalecimiento institucional.
Hoy día enfrentamos una amplia gama de crimen internacional, cibercrimen corrupción, crímenes financieros, crímenes ambientales, tráfico de personas, de animales, minería ilegal. Es mucho más que drogas y no solo cocaína. Y en cuanto a ellas también hay una aproximación más sistemática y coherente. Hacemos desarrollo alternativo, sustitución de cultivos, construcción de infraestructura para que la población tenga un sentido de pertenencia.
Usted prácticamente ha estado presente en todas las etapas. Desde Reagan, que lanzó la guerra internacional contra las drogas, hasta el presente, cuando ya se habla de legalización sin que se genere un escándalo. ¿Cuál es su perspectiva del problema de la droga 4 décadas después?
Nunca estuve de acuerdo con el término de ‘guerra contra las drogas’ porque en la guerra se debe ganar, y si alguien gana alguien debe perder. De alguna manera es como hacer la guerra contra tus propios ciudadanos. Aclarado eso, creo que hemos aprendido varias lecciones. Una de ellas es que no hay una solución única.
En los ochentas pensamos que era la interdicción y que si cerrábamos las rutas del Caribe el problema se acababa. En los noventas ensayamos sustitución de cultivos. Se creía que si les dábamos a los campesinos apoyo para sembrar café o maíz estos abandonarían la coca. Pero sin desarrollar un mercado para esos productos, los campesinos volvieron a los cultivos ilícitos. Luego nos enfocamos en lavado de dinero. Es decir, hay que enfrentar todos los aspectos de la cadena.
Otra es que necesitamos paciencia estratégica. A esto no llegamos en meses y no saldremos tampoco en meses.
Asimismo, tendremos que reajustar las estrategias pues los ‘narcos’ son muy inteligentes y evolucionan. Se han presentado, además, cambios sustantivos. En los ochentas pensábamos que países enteros sucumbirían a los traficantes de drogas. Eso ya no sucede. En los ochentas pensábamos que la crisis del crack y la heroína acabaría con una generación entera de estadounidenses. Así tampoco se entienden las cosas ahora. La aproximación es que esto es un reto de seguridad, imperio de la ley y salud. Y eso es progreso,
¿Que si hemos ganado? Por supuesto que no. Apuesto que cuando usted y yo muramos de viejos todavía estaremos hablando del problema de la droga en ambos países. Pero no se dirá que fue un error y que no se logró nada.
¿Es decir es algo con lo que nos toca aprender a vivir pues no hay forma de neutralizar el problema?
Siempre ha existido y existirá un sector de la población, desafortunadamente los más vulnerables -jóvenes y pobres- que estarán expuestos a la atracción de drogas peligrosas. Como sucede con el alcohol, los cigarillos y hasta la comida chatarra, las drogas estarán con nosotros mientras exista la humanidad. La meta es reducirlo hasta que se convierta en un asunto local -policial y de salud pública- y no un asunto nacional que amenaza instituciones y comunidades. Aunque no estoy de acuerdo con que las drogas deban acomodarse como ha sucedido con el alcohol o los cigarrillos, la idea si es que lleguen a esos niveles más manejables. Paralelamente, continuar con un esfuerzo para educar, tratar y rehabilitar a los que han caído en la adicción y aplicar medidas que desestimulen el cultivo, producción, tráfico y lavado de activos.
¿En esa visión hay espacio para la legalización de algunas sustancias ilícitas?
Para mí hay unos principios básicos que los países deben tener en cuenta cuando se habla de legalización. Una es que casi todos somos firmantes de las convenciones sobre drogas y estamos obligados a sus términos, pero esas convenciones permiten ser interpretadas de diferentes maneras sin violar los compromisos. Lo otro es que cada país debe o puede diseñar su propia estrategia antidrogas basado en su propia realidad. No es una camisa de fuerza y por eso un país como Uruguay, dado el tamaño de su población, ubicación geográfica etc. ha tomado los pasos que ha tomado frente a la marihuana, mientras otros como China, en un contexto totalmente diferente, avanza en otra dirección. Y eso hay que respetarlo.
Al mismo tiempo, y sin importar lo que se piense frente a la legalización, todos los países debemos estar de acuerdo en que hay que combatir y destruir a las organizaciones criminales que se benefician del tráfico y generan violencia. A ningún país le conviene una organización de este tipo con miles de millones de dólares.
¿Cómo evalúa el “experimento” de varios estados de su país que han legalizado la marihuana para usos recreativos?
Hay ocho estados que han legalizado para fines recreativos y unos 30 con fines medicinales. Y, como usted bien dice, es aún un experimento que nos permite observar y aprender. Por ejemplo, hemos visto que en Colorado se han creado problemas que no anticiparon, como un incremento en accidentes de tránsito, más ingresos a salas de emergencia, más jóvenes tratando de adquirir una sustancia que por edad aún no pueden comprar y dificultades con estados vecinos que no han legalizado y ahora están viendo un incremento del tráfico ilegal. No digo que sea un fracaso, pero insisto en que debemos poder ajustar las políticas para asegurar que causen el menor daño posible. Yo no soy un fan de la legalización y hay una cosa que me incomoda y que ya deben haber aprendido estos estados. Tenemos a gobiernos interesados en vender la mayor cantidad de un producto ilegal (a nivel federal), pues este les genera cientos de millones de dólares en impuestos. No me parece para nada saludable.
¿No cree que al menos se debería reclasificar la marihuana en la lista de sustancias prohibidas? En este momento, mientras es legal en estados como Colorado, a nivel federal se le considera igual de peligrosa que la heroína y por lo tanto conlleva severas sanciones penales. Eso es una fuerte contradicción.
Dejemos que el experimento avance. Consideremos sus efectos positivos y negativos. Miremos cuantos estados más avanzan en esta dirección pues somos una democracia y por el momento no tenemos una posición colectiva. En California, el estado más populoso, se votó por la legalización, pero en Texas, el segundo estado más populoso, no han siquiera querido considerarlo. Cuando se saquen esas conclusiones es probable que se puedan reclasificar sustancias. Pero no hay que olivar que el país enfrenta en este momento la crisis de drogas más fuerte desde los años 80. Y, valga la aclaración, una en la que Colombia no tiene nada que ver.
En ese lapso, EE. UU. ha liderado el combate contra las drogas y el crimen organizado que generan. Sin embargo, cada vez que se contiene una aparece otra. Hemos pasado de la marihuana, a la coca, a la heroína y ahora el fentanyl. ¿No le parece que es como perseguir un fantasma?
Desde que existe la humanidad se cometen asesinatos y es algo que no se ha podido frenar. ¿Quiere decir por eso que dejamos de intentarlo? Es un caso extremo, pero aplica la misma idea con las drogas. No creo además, que EE. UU. sea líder en ese combate. No lo ha sido por los últimos 5 años. La mano dura en ese frente hoy la aplican países como China, Rusia y otros asiáticos. EE. UU., y creo que eso ha sido sabio, hoy está en la mitad del espectro, entre los prohibicionistas estrictos (que hasta aplican la pena de muerte) y los que abocan por la descriminalización. Es algo que me enorgullece haber logrado, pues nos da margen de maniobra con ambos sectores.
Pero volviendo a su pregunta, Colombia ha también sufrido por esa cadena de amenazas y ha luchado contra ellas. ¿No cree que el país está mucho mejor ahora que en los 90 cuando los narcos mandaban en el país? ¿Cuando Pablo Escobar era el hombre más poderoso? No tengo la menor duda de que es un mejor país y eso se lo debe en parte a su exitosa lucha contra estas organizaciones.
-Cuando se le pregunta a los latinoamericanos dicen que EE. UU. es una nación obsesionada con las drogas y por lo tanto responsable por crear el negocio que tanto daño le hace a la región. ¿Lo ve así?
Sé que muchos lo ven así y nuestra responsabilidad es ponerlos en contexto. Cada año entre 60.000 y 80.000 personas están muriendo en EE. UU. por abuso de drogas. No buscamos esas muertes y es claro que pagamos un precio alto. Sé que hay inocentes que han muerto en esta lucha, y los honro, pero los muertos son de ambos lados. No creo que seamos una nación obsesionada con las drogas, es un problema que golpea a muchas sociedades
También dicen no entender cómo un país tan poderoso como el suyo no puede controlar el ingreso de las drogas o interrumpir su tráfico interno.
Uno de los temas políticos más explosivos en este momento es el control sobre solo una de nuestras fronteras, la de México. Si pese a ello no podemos sellar esa frontera del ingreso de seres humanos, ¿cómo podríamos cerrarlas todas para evitar que ingresen drogas que algunas veces llegan en un sobre? Ninguna nación puede cerrar sus fronteras de manera total. Y lo intentamos en los 80 sellando la entrada por el Caribe con aviones y guardacostas. Se redujo bastante, pero los narcos decidieron moverse entonces a la izquierda, hacia Centro América y México.
-En varias audiencias en el Congreso a las que he asistido, funcionarios de varias administraciones han dicho que podrían ser mucho más exitosos en esto si le dedicaran más recursos. En otras palabras, si el problema persiste es porque EE. UU. no lo ha convertido en una prioridad nacional.
Es cierto que con más recursos se lograría muchísimo más. Pero eso se puede decir de casi todas las agencias de un gobierno., Hay que lidiar con las limitaciones de sus recursos. A lo largo de la historia de este problema -y esto lo puedo decir ahora que me he retirado- las administraciones republicanas han favorecido más la mano dura y menos el enfoque de salud pública, mientas los demócratas más en salud y menos en seguridad y aplicación de la ley. Es decir, los dos enfoques no han podido avanzar al mismo tiempo. Lo ideal sería que lo hicieran pero esto es una realidad política y creo que no cambiará.
¿Qué opina sobre las políticas antidrogas planteadas hasta ahora por la administración Trump?
Creo que han concluido, y de manera correcta, que hay una crisis de opiáceos, heroína y fentanyl y están en el proceso de desarrollar una estrategia coherente. Lo del fentanyl es nuevo y muy peligroso. Ya está causando más muertes que la heroína. También he visto señales de que están dedicando más recursos policiales a confrontar el problema en las áreas de tránsito, particularmente en el Caribe, Centroamérica y el Pacífico. Eso puede tener un impacto importante.
¿Cree que hay peligro de que Trump ignore las recomendaciones que salieron de la cumbre de la ONU sobre drogas o se retire como lo ha hecho en otras instancias (cambio climático, Irán por citar algunos ejemplos)?
No creo. Ese acuerdo fue muy difícil de lograr pues había dos grupos muy fuertes y opuestos. Europeos y latinoamericanos, que insistían en enmarcar el problema de la droga en un tema de salud pública, y los asiáticos que lo ven como un tema policial. Ambas posiciones quedaron reflejadas y EE. UU. quedó en una buena posición, pues tiene espacio para moverse hacia la legalización si ese es el camino que escoge, pero también hacia un enfoque más policial, como todo parecería indicar con Trump. Pero la gran importancia de esa reunión de la ONU es que por primera vez todos estuvieron de acuerdo en que el tema de las drogas también es un asunto de salud pública. Creo que el acuerdo aguantará por al menos una década más.
Las nuevas estadísticas sobre consumo y sobredosis con opiáceos en su país son alarmantes. Ya se habla de la peor epidemia en la historia. ¿Cómo llegaron acá?
Es la ley de las consecuencias no intencionadas. A finales de los 90 los doctores del país querían responder a las quejas de sus pacientes para el manejo de dolores crónicos. Ellos le pidieron a la industria farmacéutica que desarrollaran productos para este problema y estos dieron con los opiáceos. Luego los doctores las comenzaron a formular en exceso a sus pacientes y estos desarrollaron una dependencia a estas sustancias. Las aseguradoras también incentivaron la formulación de estas drogas pues eran el vehículo más barato para tratar las dolencias. Esas drogas ingresaron al mercado negro donde adquirieron un gran valor dada la alta demanda entre los ya adictos. En cierto momento hasta se pagaban 40 dólares por una pastilla.
Los traficantes se dieron cuenta que podrían suplir esa dependencia con la heroína y a una fracción de ese costo. Con lo cual se desplazó a los opiáceos y se expandió el alcance de la heroina. Y ahora se han dado cuenta que al añadir una minúscula fracción de Fentanyl a la dosis de heroína puede potenciar su efecto y reducir aún más su costo. Y allí lo tiene. Lo que comenzó con un esfuerzo honesto de doctores terminó en la peor crisis de drogas desde los años 80.
Usted. parece minimizar el rol de los laboratorios y doctores por producir opiáceos sintéticos y prescribirlas a los pacientes, pese a que existen reportes de la época que ya hablaban de los peligros de estas drogas
Estaba tratando de resumir. Sí creo que tienen mucha responsabilidad. Hubo algunos que estaban realizando un esfuerzo honesto, pero hubo otros, tanto en los laboratorios como en la profesión médica, que abusaron. Hay reportes de médicos que sin duda sobreformularon y que hasta recibían remuneración por promover estas drogas.
Creo que las agencias de regulación nos fallaron, pues no actuaron pese a reportes o sugerencias que indicaban potenciales peligros. Y creo que las aseguradoras agravaron el problema al insistir y exigir a los doctores para que formularan estas drogas más baratas. El inicio no fue criminal. Pero cuando empezó a verse la gran cantidad de dinero que estaba en juego tanto organizaciones legales como ilegales se aprovecharon.
Están muriendo cerca de 60.000 personas al año por el abuso de estas drogas y parece que aún no se ha visto lo peor. ¿Cómo cree que saldrán de esta?
Creo que ya hemos llegando al pico en cuanto a opiáceos. Tanto por controles que se han impuesto como por su costo en el mercado negro. Con la heroína sabemos cómo proceder porque ya lo hemos hecho antes y de manera exitosa. En este momento tenemos una muy buena relación de trabajo con México, que es donde se está produciendo la droga que llega a EE. UU.
Frente al fentanyl y el carfentanyl (50 veces más poderoso que el fentanyl que es 50 por ciento más potente que la heroína) no hay claridad.
Es tan poderoso y se requiere tan poca cantidad que en un sobre con una estampilla que cuesta 1.500 pesos pueden viajar 1.000 dosis que se venden en 10.000 dólares. La coca viaja en kilos. Esto viaja en sobres. Los márgenes de ganancia son enormes y detectarlo es todo un reto. Se puede, pero monitorear 5.000 millones de cartas o paquetes que se movilizan a diario por el correo de EE. UU. es complicado. Se requiere de tecnología, recursos, regulaciones no solo en EE. UU., sino en otros países como China (que es el principal productor) y más cooperación. Lo grave es que pueden aparecen drogas similares al fentanyl que ingresan y se propagan en el mercado con tanta rapidez que no nos damos ni cuenta hasta cuando ya están arraigadas en una comunidad.
Pasando a Colombia. Debe estar muy frustrado con los resultados actuales. Hay más cultivos de coca hoy de los que había cuando se inició el Plan Colombia, la estrategia anti narcóticos que usted ayudó a diseñar.
Le voy a contestar, pero antes déjeme dejar muy claro un par de cosas. No hay nación, gobierno, o pueblo en el mundo que haya hecho tan buen trabajo en la lucha contra las drogas como Colombia. Han pagado un precio alto en términos de sus fuerzas de seguridad y comunidad que han sido expuestos a los abusos de las redes criminales.
Llegué a Colombia como embajador en el 2007, el año en que comenzaron a caer los cultivos ilícitos de manera dramática y cuyo descenso duró hasta el 2013. ¿Que si estaba complacido con ello? Por supuesto, como lo debían estar los 48 millones de sus ciudadanos. Colombia es un mejor país por ello, pues redujo la capacidad de daño de estas redes. En el 2013 comenzó a subir. Yo diría que no ha sido una oferta que responde a la demanda, pues en EE. UU. la demanda no ha crecido de manera significativa en estos cuatro años. Ha crecido entre un 20 o 30 por ciento, comparado con el 2013, frente a un aumento de más del 200 por ciento de la producción.
Hay una sobreoferta de coca y no está terminando en los mercados de EE. UU., sino de Europa. La solución es que los dos países cooperen en una estrategia integral que incluya educación, tratamiento, desarrollo alternativo, sustitución de cultivos, desarrollo rural, y erradicación tanto voluntaria como forzosa, porque la historia nos ha demostrado que si no se amenaza con esto, el campesino aceptará los beneficios mientras por debajo de cuerda sigue con los cultivos. También una agresiva política contra laboratorios y redes criminales, interdicción aérea y golpes a sus estructuras de financiación y lavado de activos
¿Qué tanta confianza tiene en que la actual estrategia del gobierno, que hace énfasis en la sustitución voluntaria y la erradicación forzosa por vía manual, va a funcionar?
Creo que la estrategia tiene los ingredientes correctos. Pero también permite ajustes para conseguir mejores resultados. En Tumaco se intentó en su mayoría acuerdos de erradicación voluntaria con campesinos agrupados en grupos cercanos a las Farc. Eso ya produjo unos resultados. Nosotros no podemos participar en este modelo porque las Farc siguen siendo consideradas como una organización terrorista.
En Caucasia se está ensayando un modelo diferente donde sí podemos participar, pues no hay Farc y se negocia directamente con los campesinos con el entendido de que si no cumplen erradicando de manera voluntaria, se hará de manera forzosa. Ya veremos qué resultados arroja esto. Pero la idea es que se vaya modificando la estrategia basándose en los resultados.
¿Cree que será necesario volver a la fumigación en algunas áreas del país?
La Corte Suprema tomó una decisión. Yo puedo no estar de acuerdo con esa decisión. De hecho, creo que el glifosato es el herbicida más usado en el mundo y me parece raro que no se pueda usar para la coca, pero que sí se pueda usar en cultivos de algodón o cualquier otro en Colombia. Me parece inusual que se diga que se quiera proteger la salud de los cocaleros, pero no la de los algodoneros. Creo que la fumigación aérea es una herramienta valiosa. Es el sistema más eficiente pues se puede atacar una gran extensión de coca en poco tiempo. Porque se requiere el trabajo de 200 erradicadores manuales para reemplazar el trabajo que hacen dos en 15 minutos y es más seguro. Pero esa es una decisión que le corresponde a los colombianos.
En Washington a veces se habla de la recuperación de Colombia como un milagro y se señala al ex presidente Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos como sus gestores. ¿Qué piensan desde afuera cuando se ve la agria y politizada disputa que existe hoy día entre ambos?
Admiro muchísimo tanto a Uribe como a Santos. Son los gestores de ese milagro. Salieron de una crisis económica, de seguridad y drogas que tenía al país de rodillas. La gente no salía de sus casas, muchos se fueron del país. Y es gracias a ellos dos que Colombia es un líder en el hemisferio en temas políticos, de seguridad, económicos. El país entero está floreciendo. Nadie me puede decir que esta historia no es exitosa y no me importa que tan escéptico se sea. Creo que estos dos hombres merecen el crédito por lo que se ha conseguido y que la historia será muy benévola con ellos por lo que lograron en sus gobiernos. Nadie es perfecto y los historiadores serán los encargados de eso. Pero nada malo saldrá de mí, pues los considero a ambos líderes excepcionales.
Pocos días antes de su retiro se generó un roce diplomático luego de que Trump advirtiera que estuvo a punto de descertificar a Colombia por no cumplir con sus compromisos antidrogas. ¿Estuvo usted de acuerdo con el lenguaje que usó el presidente para referirse a Colombia, en teoría su gran aliado de la región?
No estuve de acuerdo. Descertificar a Colombia hubiese sido un error fundamental, contraproducente, falso, y muy estúpido. Absurdo, una ofensa, un insulto a los cientos de colombianos que han dado su vida. Había personas en mi gobierno que querían tomar esa determinación. Me opuse y usé todos los contactos posibles durante dos semanas para convencerlos de no avanzar en esa dirección. Aceptaron finalmente no descertificar, pero añadieron de todas maneras ese lenguaje en el pronunciamiento. Creo que ese lenguaje fue pésimo, lamento que se usara y creo que los que saben lo que Colombia ha hecho en estos 20 años también piensan igual.
No hay duda de que este tema -el del crecimiento de los cultivos ilícitos- en serio, pero la solución no es señalar y criticar al otro gobierno como se ha hecho, sino que ambos trabajen juntos para llegar a soluciones. Lamento de manera inmensa que esto saliera al público. Si alguien algún día le dice que yo estuve de acuerdo lo autorizo para desmentirlo de plano.
En una charla reciente usted catalogó el rescate de los tres estadounidenses secuestrados por las Farc como uno de los momentos más especiales de su carrera. La llamó la operación más “cool” de la historia universal. ¿Cuéntenos por qué?
Por muchas razones. Fue operación única y distinta a cualquier otra, que lanzó a Colombia a la primera fila mundial y que se hizo sin un solo disparo. Ocurrió justo en el punto de inflexión de la campaña contra las Farc y produjo un efecto de euforia nacional para un pueblo en búsqueda de victorias contra una organización que había aterrorizado a Colombia por décadas.
Simplemente, fue una operación brillante, sencilla, valiente.
SERGIO GÓMEZ MASERI
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington
Juan Carlos Rojas
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